6/22/2006

Premio Herralde


Los últimos dos libros que he leído–el último, Suicidios ejemplares de Vila-Matas y el penúltimo El desfile del Amor de Sergio Pitol me han dejado un regusto raro–.
No sé si he leído con estado adverso, desconozco si mi capacidad de abstracción está atorada o son quizás los kilos de menos que he perdido, que resulta que también he perdido de cerebro pero no le he cogido el gusto al libro de Pitol–Premio Herralde por unanimidad, pues vaya, me parece una obrita menor un divertimento comparado con la hora azul o los detectives salvajes–. Yo como soy un ignorante, pienso que si digo que no me gusta un libro va a ser por eso, por ignorante, no se hizo la miel para boca del asno. Pero es que resulta que el libro de Pitol tiene su aparente gracia, esa palabras tan rimbombantes, de los personajes y la imposibilidad de alcanzar la verdad, y yo digo qué mierda de historia es la que hay que saber, no digo que sean las tramas ocultas del asesinato de Kennedy pero es que a mi como lector de da igual lo que haya ocurrido. Entonces que importa que no se sepa la verdad si nos importa un carajo. Pongamos un ejemplo de una historia inventada:

Un niño camina por la calle, lleva pantalones cortos, polo de colores, zapatillas blancas y bota una pelota de fútbol de reglamento, que no de marca. Va camino del centro comercial, cruza sin usar el paso de cebra lo que provoca una fuerte regañina por parte de un agente de movilidad. Al otro lado de la acera se muestra el centro comercial, majestuoso, destartalado y coronado por pirámides de cristal oscuro, no hace mucho tiempo transparente. Recuerda que hace dos años un hombre con traje gris escupió en ese mismo sitio y una señora con un carrito de la compra resbalo y perdió algo de fruta.
El niño se acuerda porque subió corriendo las escaleras del centro y llamó al de seguridad, que pidió una ambulancia y reprendió al señor del traje. El señor del traje negaba cualquier relación en la caída y mucho menos el haber perpetrado un hecho tan insalubre como era esputar en la vía pública. Unos quince minutos más tarde un BMW fue sustraído del aparcamiento, el dueño del vehículo acusa a la señora de haber organizado su caída para distraer a los miembros de seguridad y favorecer el hurto de uso de su vehículo. Una chica que está acodada junto a la barandilla de la escalera es besada por un desconocido, la chica acepta el beso al ver las llaves de un BMW último modelo. La chica resulta ser la hija del hombre que escupió en la calle, que produjo la caída de la señora que movilizó a la seguridad del centro que descuidó la vigilancia del parking, que permitió a alguien robar un BMW y así poder besar a la chica.

Esta es una historia absurda, a quién le importa, con independencia de lo exagerada que está. Todo encaja, porque se mete a presión. Los personajes están bien perfilados –los de Pitol, no los míos–, pero es que podía tener la novela 200 páginas más o menos que da igual.

¿Destripo la historia? Hombre siendo Premio Cervantes y del año 82 ya la deberían haber leído y si no lo han leído, lean otra cosa, que hay cientos de libros maravillosos que se encuentran olvidados.

La destripo.


Un historiador mejicano afincado en Inglaterra durante largo tiempo regresa a Méjico con la intención de publicar su libro sobre el año 1912. Casi por casualidad le llegan unos documentos de un acontecimiento que ocurrió cuando era pequeño. Los hechos ocurrieron durante la celebración de una fiesta en un edificio de apartamentos donde el vivía. Un edifico de apartamentos que estaba por aquel entonces de moda. Se produce un asesinato de un austriaco, el hijastro de su tío y dos jóvenes son heridos. Parece que a lo largo de la historia aclararemos qué es lo que pasó y por qué. Pues no, nos presentará a diversos personajes todos más o menos interrelacionados y que cada uno cuenta la historia como le apetece. Por momentos para que la historia importante es otra, la razón de la muerte de un tío del protagonista, pero tampoco se queda a medias. Aparece un tal Martinez–matón del tío– y un periodista lleno de rabia y prevención que guarda una historia de un castrado y majestuosa entre todos una tal Delfina a cuyo alrededor parece acontecer todo y cuyo hijo después de años muere. Y dirán ustedes:

¿Y que?

Pues eso mismo digo yo. Que vale, que muy bien. Y quién soy yo para decirle nada al señor Pitol yo que junto letras con desgana y poca categoría.

Pues eso mismo digo yo.

Suicidios Ejemplares está mejor pero no es El viaje vertical. Hay algunos relatos muy divertidos, otros algo más plúmbeos. Pero vamos yo creo es un cojunto de relatos sin pretensiones que algunos alcanza altos vuelos.

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