12/09/2006

Haciendo de psiconauta en el aire

Puedo escribir gracias a que dimos un paseo que nos llevó hasta la Rambla del Raval, allí compré, por módico precio, una libreta y un bolígrafo que han sido mis herramientas de comunicación en esta última escapada a un festival.

Lo primero que quise escribir es sobre extraño deja vu que sufrí. Sentí que estábamos de vuelta el primer día, que llegábamos a la estación de Paralell, nuestro destino, y avanzábamos por un paisaje cuajado de cadáveres después de la batalla del viernes por la noche. Los jóvenes expatriados regresaban como los derrotados, arrastrándose y portando como si fueran lisiados a sus compañeras. Algunas iban desprovistas de zapatos, como sus ancestros, pero por una razón muy distinta que aquellos: las servidumbres del tacón de aguja.

Ya hemos llegado al hotel, hemos pretendido infructuosamente ser saludados como viejos conocidos. La habitación ha sido calificada con aprobado alto y tras haber testado las camas hemos retornado a la calle al corazón del Raval donde todo es nacionalista y nada es catalán.

Sentados en una terraza bajo el sol de otoño casi invernal, me viene a la cabeza una película de Clint Eastwood, En la línea de fuego, cuando le dicen que es una leyenda viviente. Lo comento y nos reímos, nosotros en casi los cuarenta empezamos a ser algo de eso. Se supone que deberíamos estar en casa rodeados de nuestras familias y no a punto de corrernos una juerga en el penúltimo festival del año.

─Este será mi último festival─comento,─Me siento cartujo, las mujeres rechazan mi amistad─añade Pk─.
Puedes hacer como con los caseros, prometerles que les alquilarás la casa para toda la vida y luego largarte─le sugiero un poco en broma.
─Yo puedo hacer eso, es algo superior a mi, no puedo fingir─explica Pk. Pienso que lo que dice no es de muy buen actor, pero en el fondo me parecen palabras con sentido.
─Como he empezado el curso de teatro, tengo oportunidad de conocer chicas de dieciocho, pero son remolonas. No insisto demasiado, les lanzo un par de pullitas y si no observo reacción me retiro. Utilizo el mismo método que en las películas, en las películas funciona.

Nos metemos en un italiano a comer, da igual lo que comemos no merece la pena recordarlo, enfrente de nosotros dos argentinos flirtean con el lenguaje. Llegamos al postre de una poco memorable comida y pedimos tres pacharanes, la camarera nos mira con cara extraña pero nos entiende, no sé si es que tardó en comprender nuestra motivación alcohólica o que de verdad no sabía que era eso tan navarro que le pedíamos.

Me concentro en mis pensamientos y determino que somos un poco jamaicanos, dejo que las ideas fluyan por mi mente sin control.

Andar sobre lagos de hojas secas.
Músculos de vapor activados,
activados por sintonizadores de ojos pardos que vuelan sobre granos de algodón.

Palabras conocidas que sugieren golpes huecos al otro lado de la pared.
Un gallo colgado con las piernas abiertas, las garras abiertas, como si fuera a cazar.
Todo está sombrío aunque hay claros, claros amarillo pálido;
Gemidos grises y limpios.

Veo su pecho palabra de honor.
Palabra de honor que veo sus pechos sonrosados y flácidos en apariencia.
Los deseo, me esperan como jarras de leche que supuran.
Me endurezco y los siento alejarse como el tren que llegó pronto.

Algo se enchufa al otro lado de la pared, como si fuera un aspirador desentrenado aspirando unos granos de polen en línea.

Y la observo como casi desnuda, casi pálida y blanca, como engalanada de encajes imposibles de planchar irrumpe en las verdes aguas guardadas por el lecho negro de las faldas de la colina.

Pizarra y musgo. Musgo duro como lo más duro.
Un campo de tenis en blanco y negro.
Sus piernas sin tostar corren o intentan correr.

Las algas que me cubren y me llenan de babas.
Luces de hiel y extremaunción,
Tenues latidos de alma inconsciente.
Inconsciente y pura,
Porque tienen que ser pura lábil.

Lápices rojos se descuelgan por entre los poros de mi rostro oculto tras las corrientes de paciencia que incendian mi futuro.

Sí, siento tener los labios pastosos pero qué le voy a hacer.

Despierto de la siesta más aturdido que estaba. Los efectos de vapores desconocidos me entumecen de tal manera que a penas soy capaz de alcanzar el metro sin arrástrame. Hemos tomado la dirección acertada, vamos en el rumbo del festival y mis sueños se reproducen con los personajes difusos que veo en el metro, como siempre, pero que nunca fui capaz de plasmarlos.

Sabor inconfundible de una delgadez manifiesta de bailarina rusa, pero rusa de cuando los rusos vivirían tras el telón de acero.

Y me pregunto si me espía, y me pregunto si me observa.
Me verá tan inofensivo que ni se imagina.
No, no se imagina ni por lo más remoto.
Ni una porción de sus labios están tiznados.
El resto de la gente a su lado parecemos furtivos.
Tan correcta, tan vestida de negro.
Su boca parcialmente cerrada parece silbar una agria canción.
La doble de Geraldine Chaplin que llegó tarde y no la pudo suplantar,
Cuando lo intento ya no era famosa.
Me mira, no me mira, no sabe que la quiero cortar el cuello.
No me imagino el color de su sangre y me entran ganas de huir.
Cuando la degüelle dejarán de marcarse sus venas sobre el occipital y su olor mitad rancio, mitad moderno se secará.
No sé si ella es blanda, presiento que su corazón no lo es, que esta protegido por miles de ternillas endurecidas. De pequeño no podía comer carne si apreciaba el más mínimo resto de ternilla, me entraban nauseas, pienso que su corazón me sentará mal.
Me siento débil, tengo que encontrar otro objetivo quizá la chica de las botas de caña alta, tan esbelta, tan libre, sin embargo sé que ella no es para mi, lo sé no tengo que buscar pruebas, no podría mover un músculo por ella me derrumbaría.

Esta historia me hace pensar en las ninfas sorpresa que he saboreado. Todas escasas pero alguna excelsa, inmerecida y huidiza.
Sí mis ojos os contemplan como si fuerais una galería de muñecas rotas. Mis manos os guardan del olvido. No seré capaz de dibujar vuestro rostro, ni siquiera esbozarlo, pero estáis aquí en mis palabras coaguladas.

Es extraña esta línea de metro, más que metro parece un silo para cohetes, algo viejo, eso sí, con achaques, sin lugar a dudas, pero metálico y ese aspecto metálico que tiene este vagón es el mismo aspecto que tenían las naves que imaginó Julio Verne.

Mi hígado se llena de melancolía.

Es ácido el sabor de la sustancia masticada, qué más da, no es un alimento, no es un dulce, es sólo una máscara, no tiene porque saber bien, si supiera bien la tomarían los rectos, como si fueran calamares fritos, pero no voladores, no se confunda, oiga.

No hay comentarios: