4/17/2006

El sueño de Pascua



Esta semana que empieza lo hace somnolienta por los días de pascua, osea vacaciones, que hemos tenido la anterior. Ana, Lucia y yo, la unidad de destino en lo personal que constituimos, hemos estado en León. En León no pasa más en semana santa que pueda pasar en Zamora o en Valladolid con la excepción de Genarin que para que veais su raiganbre y cosmopolitismo está en wikipedia y aunque sea únicamente Don Julio Llamazares quien establece el panegírico, es fiesta de borrachos divertida donde las haya y más pagana que un mordisco en teta de novicia.

En la noche previa al genarín, es decir la que va del miercoles santo al jueves, mi vejiga no dio más de si y a eso de las ocho me levanté a mingir. A etsa disfunción orgánica se le sumó una onírica que me permitió por primera vez en mi vida acordarme de un sueño.

Lo más sobresaliente es que lo escribí y como no me siento en disposición para hablar de Genarín, que también lo hizo el cazurro de Llamazares y no pienso hablarles de los fastos de la pasión, que para eso está nuestro recién investido Cañizares, el cardenal, no el del Valencia, me dispongo a ilustrarles con un mostrencada propia de mi espíritu desordenado y egocéntrico, este es mi sueño:

Veo un autobús repleto de adornos futbolísticos, dentro hay hinchas, parece que son ingleses aunque no responden al arquetipo que tengo de los supporters, van con el pelo largo y bigote, la mirada perdida, es como si fuera el autobús de los alegres bromistas que se han hecho futboleros. Hablamos con un chica que no parece tener nada con el fútbol, lo hacemos en inglés, nos ha salido natural, quizá queríamos que nos comprendiera desde un primer momento. Su pelo es rubio y sus ojos son azules, esta bastante maquillada. Hace un amago de irse con nosotros pero al final se arrepiente, se tumba sobre mí y mientras beso su cuello la espeto a que lea a Roberto Bolaño. Pasados unos minutos desaparece. Caminamos un poco y llegamos a un gran edificio una especie de monasterio, pero está semiderruído, casi abandonado sino fuera porque a través de las paredes casi caídas vemos camas ocupadas por chicos y chicas. Nos dicen que son los célibes y que llevan allí desde que empezó la guerra. No sabemos a que guerra se refieren, no hay cuidador o responsable alguno a quien dirigirse. Después de un rato con ellos descubrimos que la chica rubia del autobús había vivido allí hace algún tiempo. Nos piden dinero pero no tenemos, meto mi mano en el bolsillo y aparecen miles de billetes que yo no había puesto allí. Se emocionan nos dan la gracias. Nos conducen a un estancia llena de mesas con manteles salmón, es un restaurante, no hay camareros, en un lateral hay una cristalera donde estén tres piscinas de agua verdosa y cubiertas de hojas muertas. Un hombre se acerca, se autodenomina el encargado, nos indica la mesa donde debemos sentarnos. Mis dos acompañantes prefieren ir a la piscina, les advierto sobre las aguas pero ellos me ignoran, no vuelvo a verlos. Informo a un hombre vestido de oscuro que mis amigos se van a bañar en las piscinas, el hombre se muestra atribulado pero a los pocos instantes vuelve a ocupar su posición. Vuelvo hacia mi mesa pero está ocupada por una matrimonio con dos hijos, al verme llegar se levantan pero yo les indico que sienten, el hombre me pregunta por Sol, no sé quién es pero interpreto que es la chica rubia a la que besé, le digo que se marchó, el hombre me dice que está buscando a Roberto Bolaño.
Me despido, dejo dinero al hombre de oscuro para que se haga cargo de todo. Me comenta que los funerales serán mañana a mediodía, no sé a qué funerales se refiere me dirijo a la salida.
Salgo a la calle, el cielo añil se aviva, las nubes se diluyen y la estrella incandescente se acerca cada vez más, las plantas se decoloran sobre un horizonte borroso. Empiezo a tener sed pero no puedo entretenerme. Hay tenderetes de telas y bisutería ambos lados de la avenida. No circulan coches. Un chico de unos seis años se me acerca y se me me ofrece como guía.­­–No se muy bien a donde voy–, le doy unas monedas y continuo mi camino. En la parada del autobús hay una larga cola de persona en su mayoría mujeres y niños que vienen del rastro. Pasa un rato hasta que llega el autobús, aprovecho para conversar con la gente, una señora observa mi pulsera y me pregunta si vengo hospital, la digo que no sé y mirando la pulsera la indico que llevo esa pulsera desde que me desperté.
Subo al autobús pero dentro no reconozco a nadie de las personas que estaban conmigo en la cola. Parecen todos iguales, tan tristes, tan serios, tan callados, como si fueran a fusilar a alguien.
El viaje discurre por una carretera estrecha recién asfaltada, el alquitrán brilla hiriente a punto de derretirse, no hay señalización pintada en el suelo, no hace falta sólo cabe un vehículo, tenemos que echarnos a la cuneta de vez en cuando para evitar colisionar con los escasos vehículos que vienen de contrario.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y te acordaste de todo eso o le has echado un poco de imaginación?

Cuando era post-adolescente yo también escribía los sueños (los que recordaba) y los intentaba interpretar pero nunca llegué a ninguna conclusión. Eso sí, una vez soñé el nombre de un chico que me gustaba y no conocía...y luego se llamaba así.

Esther

Arturo J. Bandini dijo...

La mayoría lo soñé, pero en momento dado comienza la invención. No te sabría decir cuando pero a partir de las piscinas verdosas creo que se me va la pinza y desbarro.

Nunca lo había hecho. Pero es curioso. Interpretar casi prefiero que no. Es como los test de personalidad, es mejor mentir al menos mantienes a salvo tu interior.