5/10/2006

El final no está tan bien

Hace unos meses estaba en Barcelona por trabajo. Mi oficina de Barcelona está junto a la Plaza de Cataluña que además de ser un lugar espacioso e iluminado esta cerca de la FNAC.

Quizá algún día hable de mi relación amor-odio con la FNAC pero hoy quiero hablar de uno de los libros que me compré en esa ocasión. Lo vi en el expositor y mientras los sostenía pensaba–ostia el escritor japonés este tan famoso, del que todo el mundo habla tan bien y además está en un expositor en lugar preferencial, me lo tengo que comprar y que portada más bonita, que título tan evocador: Tokio Blues, Norwegian Wood–. Como pueden imaginar me lo compré, me lo compré tan satisfecho que al pagar miraba de reojo a la cajera a ver si me decía–¡Oh, Tokio Blues, qué buen gusto!–.

Cuando llegué a casa pospuse su lectura, había un libro de un tal Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, que requería mi atención. El libro de Haruki Murakami, el que les he comentado antes, el que compré entre otros en la FNAC, cayó en los brazos de Ana, que después de ojearlo lo secuestró y se convirtió en su lectura.

Yo la preguntaba según progresaba en su lectura que cómo estaba el libro–está muy bien– me decía, debía de estarlo pues avanzaba a buena velocidad. Mientras, yo seguía enfrascado en las correrías de Arturo Belano y Ulises Lima, los detectives salvajes, obnubilado y casi secuestrado, así que pronto olvidé a Murakami.

Un día Ana terminó el libro y me dijo–al final no está tan bien, el comienzo era mejor– Me quedé un poco preocupado porque yo me fío mucho de su criterio y eso no era un buen presagio. No recuerdo si por aquel entonces había terminado los detectives, sólo sé que el siguiente libro que empecé fue Doctor Pasavento.
A veces pienso que debería seguir un criterio para elegir el orden de lectura de los libros. Con Doctor Pasavento actué de una forma parecida a cuando compraba discos, a los pocos días de editarse ya había comprado el libro y lo estaba leyendo.
El problema para Tokio Blues en esta ocasión fue que Doctor Pasavento contiene miles de referencias a otros y no pude evitar en otro viaje a Barcelona comprar en la librería Catalonia, Mis amigos de Enmanuel Bové y Jacob von Guten de Robert Walter, que fueron leídos con la misma urgencia que tiene el yonqui para inyectarse el jaco.

Tokio Blues, por su parte, fue prestado a Blanca, una vecina nuestra, que debió de verlo en casa y supongo que preguntaría si estaba bien, o afirmó que alguien en el trabajo le había hablado de este libro y quería leerlo, no lo sé la cuestión es que Ana se lo prestó. A mi me da un poco de repelus prestar libros, y más si no los he leído. Un viejo amigo decía, citando a alguien, supongo “Hay dos clases de idiotas: los que prestan libros y los que los devuelven”. Pero Ana es mucho más generosa, ella si confía en alguien, le ofrece todo. De todas maneras mis temores eran infundados, el libro tras un periodo en manos de Blanca, volvió pacifico a nuestra librería. Por cierto a Blanca también le paso algo parecido–Empieza bien, pero luego pierde–.

Como Tokio Blues no estaba disponible, otros libros ocuparon su lugar en el orden de prioridades de lectura–si este existiera, pero la frase queda bien–. Hasta que hace unas semanas terminé Contra Natura de Alvaro Pombo, este libro no apareció en mi lista de prioridades, fue una urgencia. Terminé Brooklyn Folies de Auster mientras comía. No pude resistir la tentación y me terminé el libro. Debería haberme dejado unas treinta páginas para hacerlo en el metro, pero no lo pude remediar–Y ahora qué leo a la vuelta–pensé, así que me metí en el VIPS y entre el olor a refrito de la mesa de novedades–huele a refrito porque se cuela el resquemo de la cocina, no por las novedades en si mismas–me dejé capturar por un libro que tenía poco de urgencia y de sustituto para una vuelta en metro. La lectura de Contra Natura ocupó dos semanas escasas. Me había gustado era un libro espeso, lleno de vericuetos, reflexivo, evocador y sincero. Me ha parecido un libro sincero. A pesar de que usa un lenguaje complejo es un libro de alguien que escribe desde las entrañas, es un libro valiente que no busca el favor de los lectores, ni de los intelectuales.

¿Dónde estaba? ¡Ah! Sí después del libro de Pombo empecé Tokio Blues, mañana hablaremos de Tokio Blues. Por cierto, por la mitad de Tokio Blues estuvo a punto de cruzarse La lechuza ciega pero esta vino mal encuadernada.